1800 Dios te esta esperando en oración.

Iglesia: La Iglesia Católica Apostólica Romana.

Fundación: No se puede fijar una fecha de fundación para la organización actual. Ha sido un desarrollo gradual de la iglesia cristiana fundada alrededor del año 33 d.C.

Autoridad: Tradiciones eclesiásticas, la iglesia y la Biblia.

Teología: Fundamental en muchos aspectos. Trinitaria, pero en la práctica muchos deifican a María y a los santos.

Atracción especial: Su lugar en la cultura y en la sociedad nacional. La aceptación sin necesidad de un cambio en la vida.

Miembros: Más de 620.000.000 en el mundo entero.

 

ASPECTOS HISTÓRICOS

Origen

La Iglesia Católica da como fecha de su fundación el año 33 d.C. y dice que Jesucristo fue su fundador. Eso es cierto sólo en el sentido de que toda denominación cristiana puede buscar su origen en la iglesia fundada por Cristo. En cuanto a su organización y a las doctrinas que la hacen tan diferente de la Iglesia primitiva, es difícil fijar la fecha de su fundación.

Se debe recordar que durante más de mil años la iglesia no era ni católica romana, ni ortodoxa griega ni protestante, sino sencillamente cristiana. Durante ese milenio se desarrollaron ciertos elementos y tendencias que la dividieron. Estos fueron mayormente la degeneración doctrinal, moral y espiritual de la iglesia y la ambición de sus dirigentes.

Degeneración doctrinal, moral y espiritual

Durante los primeros tres siglos, la persecución ayudó al cristianismo a conservarse puro y relativamente libre de hombres ambiciosos. Su combate con las doctrinas erróneas tuvo por consecuencia una expresión más clara de la teología cristiana en las epístolas apostólicas y los escritos de los padres de la Iglesia primitiva. Cuando los emperadores se esforzaban por exterminar la religión cristiana, sólo se atrevían a unirse con esa secta tan odiada quienes por su gran fe en Dios estaban dispuestos a renunciar al paganismo y sufrir el martirio. En las catacumbas (tumbas subterráneas) de Roma y en otros lugares donde se reunían clandestinamente, no había lugar para nada de pompa; los ritos eran sumamente sencillos y la adoración, ferviente y nacida del corazón.

Luego sucedió lo que parecía ser un triunfo, pero en la realidad, produjo resultados desastrosos dentro de la iglesia. En el año 312 d.C., el emperador Constantino vio en el cielo una cruz luminosa con las palabras latinas In hoc signo vinces (Con esta señal vencerás). En la batalla, puso su fe en el Dios de los cristianos y triunfó. De inmediato puso fin a la persecución y a partir de entonces apoyó el cristianismo, haciéndolo la religión oficial de todo el Imperio Romano. También convocó el Concilio de Nicea, en el cual los dirigentes de la iglesia en todas las provincias se reunieron, adoptaron el Credo Apostólico y fortalecieron su organización.

La decadencia de la iglesia empezó cuando millares de personas fueron recibidas como miembros sin haberse convertido; sólo añadían a su fe en los dioses paganos la adoración del Dios de los cristianos. Hombres ambiciosos y sin escrúpulos buscaban puestos en la iglesia para obtener influencia social y política, o para disfrutar de los privilegios que el estado proveía para el clero. Así los ritos, ceremonias y creencias del paganismo se infiltraban en la iglesia cristiana. Los verdaderos hombres de Dios protestaban enérgicamente contra tales cosas.

El historiador H. G. Wells explica cómo era posible que los romanos aceptaran tan pronto el cristianismo, sin abandonar a sus propios dioses. Se había popularizado el concepto de que los dioses de las naciones eran en realidad los mismos, aunque fueran adorados bajo nombres distintos. Por eso les daba igual adorar al ser supremo bajo el nombre de Júpiter o el de Jehová, Zeus, Osiris, Serapis o Dios.1

En el principio toda la humanidad había recibido una revelación del Dios verdadero, y unos rasgos de esa revelación se observaban incluso en las religiones corrompidas que se habían apartado de la verdad. Entre estos rasgos estaban los sacrificios sangrientos, la existencia de la Trinidad en el ser supremo y la esperanza en el nacimiento de un Salvador que sería Hijo de Dios. Por corrupción de la revelación original, se extendió por todas partes una religión que rendía culto a una trinidad celestial: el ser supremo, su esposa—la “reina del cielo”—y su hijo, el salvador. La devoción mayor iba dirigida a la “reina del cielo”, desde el norte de África hasta la China, bajo nombres como Astarté, Isis, Venus, Diana, Hariti y Kuan-Yin.

Frank Boyd traza el desarrollo de esta religión y muestra cómo llegó a ser la religión oficial de Roma y cómo sus costumbres y doctrinas penetraron en la iglesia cristiana.2 Aunque los cristianos nunca oraban a María durante los primeros tres siglos del cristianismo, los muchos paganos en la nueva iglesia imperial empezaron a adorarla llamándola madre de Dios y reina del cielo.

Pronto se comenzó a fomentar abiertamente la adoración a María con estos títulos. Se restauraron los templos paganos y se restablecieron los ritos antiguos, con un requisito: que todas las diosas llevaran desde entonces el nombre de María.

En la adoración de Isis se le encendían velas y se colocaban alrededor de su imagen figuritas de cera llamadas “ex votos”. Estas representaban las partes del cuerpo para las cuales se le suplicaba socorro. Isis contaba con muchos adoradores que hacían voto de dedicarle su vida. Después de un período largo de preparación, hacían el voto de celibato, se les rapaba la cabeza y se los vestía de lino. Todo eso llegó a formar parte de las costumbres de la Iglesia Católica Romana.

La multiplicidad actual de vírgenes, santos y cristos en la Iglesia Católica Romana es otro efecto de la asimilación de creencias y ritos de otras religiones dondequiera que ha penetrado ella.

En la religión antigua de Roma, cada dios tenía su especialidad. Uno era el dios de la guerra, otro el de la agricultura, otro el del amor, y así por el estilo. Según la necesidad, se solicitaba ayuda al dios correspondiente. Además de los dioses de primer orden, se dirigían también a dioses de segunda categoría que se interesaban en los seres humanos e intercedían por ellos ante Júpiter, el padre de los dioses.

En la asimilación de tales creencias y costumbres, se les dio a los santos un puesto similar como intercesores cuasidivinos. En algunos lugares hoy se enciende una vela ante una imagen de San Antonio, para que él le ayude a su devoto a encontrar un objeto extraviado. Se cree que San Cristóbal socorre a los viajeros, y San Pedro bendice la pesca.

 

Organización eclesiástica

La iglesia cristiana nació en Jerusalén en el día de Pentecostés del año 33. Durante los siguientes treinta y siete años, hasta la destrucción de esa ciudad en el año 70, Jerusalén se destacó como centro de operaciones o sede del cristianismo. Pero con el establecimiento de iglesias fuertes en las ciudades de mayor importancia de cada país, el gobierno eclesiástico se desarrollaba sobre una base local y regional más que central. Las iglesias metropolitanas propagaban el evangelio por todos sus contornos, y el pastor de la iglesia madre vigilaba por el bienestar espiritual de las congregaciones nuevas y sus dirigentes.

Al principio todos los pastores se llamaban “obispos” o “presbíteros”, pero con el tiempo se llamaba “obispo” sólo a quienes tenían la dirección de las iglesias en cierta región o diócesis. Bajo su autoridad estaban los presbíteros y diáconos. A veces los dirigentes eclesiásticos se llamaban “metropolitanos”. El obispo de Constantinopla tomó el título de “patriarca”, y el de Roma era llamado “papá” por el pueblo, palabra que se transformó en el actual título de “papa”.

Después de la muerte de los apóstoles y de la destrucción de Jerusalén, se sentía la necesidad de tener una sede central y alguna autoridad decisiva en los problemas de la iglesia. Así surgió la rivalidad entre las iglesias de los grandes centros metropolitanos. El obispo de Roma gozaba de cierto prestigio por estar en la capital del imperio, pero Alejandría y Antioquía también eran centros destacados en el desarrollo de la iglesia.

Los partidarios de Roma empezaron a enseñar que su obispo debía tener preeminencia sobre los demás porque Jesús había comisionado a Pedro para ser la cabeza visible de la iglesia en la tierra, como representante de Cristo, su cabeza invisible en el cielo. Afirmaban que Pedro estableció la iglesia en Roma y fue su primer obispo desde el año 41 hasta su crucifixión en el año 67. Después de su muerte, tenía que ser cabeza de la iglesia universal el siguiente obispo de Roma, y así sucesivamente.

Orígenes, uno de los escritores más brillantes entre los padres de la iglesia de su época, visitó Roma a principios del siglo tercero después de Jesucristo. Se expresó en forma enérgica en contra de esta teoría. La enseñanza de que Pedro había sido designado para ocupar un cargo tan preeminente siempre ha sido repudiada por cierto sector de la iglesia.

Hasta el año 313 d.C., la persecución del cristianismo por los emperadores había contribuido a que la organización eclesiástica tuviera bases locales y regionales, y no fuera centralizada. Pero el cuadro cambió al cesar la persecución y al ser aceptado el cristianismo por Constantino como religión oficial del imperio.

En el año 330, Constantino mudó la capital del imperio a Bizancio, a la que llamó Constantinopla (ahora Estambul). El patriarca de la nueva capital consideraba que él era quien debía ejercer la autoridad máxima entre las iglesias, y no el obispo o papa romano, o cuando menos no tenía por qué someterse a él.

En el año 375, el vasto Imperio Romano se dividió en dos para facilitar la administración, con la capital del Imperio Oriental Griego en Constantinopla y la del Imperio Occidental Latino en Roma. Casi setecientos años más tarde también se dividiría en dos la iglesia cristiana, con aproximadamente las mismas líneas geográficas y lingüísticas. Esto sucedió mayormente por la insistencia de Roma en ser la iglesia dominante y en que su obispo debía ser cabeza universal del mundo cristiano.

A principios del siglo quinto, el papa Inocencio I insistió en que la sede romana era la cabeza de todas las iglesias. Algunos consideran que León el Grande (papa del 440 al 461) fundó el papado, pero muchos otros dicen que Gregorio I (590–604) fue su verdadero fundador. Lo cierto es que a través de los siglos iban aumentando la autoridad eclesiástica y el poder temporal del obispo romano. Inocencio I dispuso que todos los obispos que no estuvieran de acuerdo con la decisión del obispo metropolitano tenían el derecho de apelar al obispo de Roma, o sea, al papa. En 445 d.C., el obispo romano fue declarado jefe supremo de la Iglesia Occidental. La resistencia a la autoridad del papa fue declarada una ofensa contra el estado romano. En el año 510 se declaró que el pontífice romano debía ser juzgado sólo por Dios y no estaba sujeto a ningún gobierno terrenal.

En el 741 d.C. se formuló la doctrina de la infalibilidad del papa en sus pronunciamientos oficiales como cabeza de la iglesia, pero se demoró hasta el año 1870 su aceptación como dogma. No toda la iglesia aceptó este dogma en 1870. En los Países Bajos, quienes lo rechazaban formaron su propia iglesia, llamada la Iglesia Católica Antigua, que no reconoce el papado romano.

Durante la época medieval la historia de la iglesia muestra una profunda degradación moral, y se buscaban puestos en la iglesia para tener influencia política más que por vocación espiritual. El papado se degeneró y es difícil trazar la llamada “sucesión apostólica”. Durante un corto período (1045–1047), tres papas rivales se condenaban mutuamente y se combatían mediante las armas. Durante quinientos años hubo entre el papa y el emperador del “Sacro Imperio Romano” cierta rivalidad por la supremacía. A veces uno era el poder dominante y la autoridad máxima; a veces el otro controlaba este imperio que abarcaba la mayor parte de Europa.

Se agravó durante este período la tirantez entre la Iglesia Occidental y la Oriental. En el año 1054 se separaron del todo, tomando la Iglesia Oriental el nombre de Ortodoxa (que significa “doctrina correcta”). El punto principal de doctrina que debatían era si el Espíritu Santo procedía del Padre solo o del Padre y del Hijo. La Iglesia Ortodoxa mantiene que procede sólo del Padre. También rechaza el uso de las imágenes, aunque emplea “iconos” o cuadros pintados, a los que les rinde igual veneración. No reconoce el papado. Sus sacerdotes pueden casarse.

Movimientos de reforma

Surgieron dentro de la iglesia entre los años 1000 y 1500 cinco movimientos de reforma que prepararon el terreno para la Reforma de 1517 y los años siguientes. Al parecer, fueron aplastados por la persecución, pero los albigenses y los valdenses de Francia, Juan Wycliffe y sus seguidores (los lolardos) en Inglaterra, Juan Hus en Bohemia y Jerónimo Savonarola en Italia todos fueron usados por Dios para despertar la conciencia del pueblo y dirigirlo hacia la Biblia.

Poco se sabe de las doctrinas de los albigenses. Surgieron en el suroeste de Europa alrededor del año 1000 y alcanzaron su máximo desarrollo en 1170. Amaban la Biblia y es probable que ellos hicieran la primera traducción de las Sagradas Escrituras a un idioma romance. Pero el papa y los obispos que lo seguían optaron por prohibir que los laicos leyeran la Biblia en el idioma común. Esto se hizo en el Concilio de Tolosa, en el año 1229.

Contra los albigenses y otros reformadores se adoptó una política de exterminio de los herejes para acabar con la herejía. Al matar a casi todos los habitantes de la región donde radicaban los albigenses, se logró acabar con aquella secta odiada.

Aunque los valdenses sufrieron fuerte persecución desde el año 1170 por su predicación de la Biblia y su oposición a algunas doctrinas y costumbres de la iglesia, hallaron albergue en Italia y constituyen hoy uno de los grupos evangélicos de esa nación.

En Inglaterra, Juan Wycliffe, doctor en teología (1324–1384), enseñaba en contra de la doctrina de la transubstanciación, que había sido aprobada por la iglesia en 1215. Tradujo la Biblia al inglés y enseñaba que el papa no tenía derecho a ejercer autoridad sobre Inglaterra. Después de su muerte la persecución contra sus seguidores exterminó la secta.

Los escritos de Wycliffe influyeron en Juan Hus, rector de la Universidad de Praga, en Bohemia. Él enseñó los derechos de la conciencia individual, predicó las doctrinas de Wycliffe y la liberación de la autoridad papal. Hus fue quemado en la hoguera en 1415, pero despertó en su patria el deseo de reforma.

En Italia, Dios usó de una manera maravillosa a un fraile dominico llamado Jerónimo Savonarola para encender el fuego del avivamiento y llevar al pueblo al arrepentimiento. A sus oyentes les hacía ver la necesidad de la experiencia individual de conversión, de una fe viva en Dios y una vida recta delante de Él. El papa lo excomulgó y lo condenó a ser ahorcado en 1498. Después de muerto, su cuerpo fue quemado en la plaza mayor de Florencia, donde había predicado a las multitudes.

Sólo diecinueve años después de eso estalló en Alemania la Gran Reforma. El conflicto comenzó cuando un monje, profesor de teología en la Universidad de Wittenberg, se opuso a la venta de indulgencias. La protesta de Martín Lutero comenzó en 1517 como un esfuerzo a favor de la reforma dentro de la iglesia, al oponerse a Juan Tetzel (agente del papa) en la venta de indulgencias para levantar fondos para la iglesia. El papa lo excomulgó, pero algunos de los príncipes alemanes lo apoyaron y lo protegieron contra los esfuerzos papales para poner fin a su vida.

Ciertos aspectos del Renacimiento (el despertar intelectual que estaba en pleno desarrollo en aquel entonces) contribuyeron al éxito de los reformadores en el conflicto con el papa. El creciente patriotismo en las distintas naciones las tenía ya listas para rechazar el dominio papal. El énfasis sobre los derechos humanos había preparado a las masas para aceptar a Lutero como campeón popular contra los abusos del clero. La nueva importancia dada a la razón humana predisponía al pueblo para examinar las Escrituras por sí mismo, en vez de aceptar ciegamente, por obligación, todo lo que dijera la iglesia.

El conflicto entre los reformadores y Roma duró por muchos años y tuvo por consecuencia la división de la iglesia. En líneas generales, todo el norte de Europa se separó de la Iglesia Católica Romana, y los países del sur permanecieron leales al papa. Las iglesias protestantes que salieron de la Reforma tenían entre ellas algunas diferencias de doctrina y de organización, pero habían establecido cinco principios fundamentales que los separaban del segmento no reformado de la iglesia cristiana:

1. La Biblia, y no la iglesia, es el fundamento de la verdadera religión y la regla infalible para la fe y la conducta.

2. La religión debe ser racional e inteligente. La razón se somete a la revelación, pero a la vez rechaza las doctrinas y costumbres contrarias a la razón.

3. La religión debe ser personal. No se necesita un sistema de santos y sacerdotes como mediadores entre Dios y el hombre.

4. La religión debe ser espiritual, con más énfasis sobre la experiencia interna que sobre los ritos externos.

5. La organización y el gobierno eclesiástico deben ser nacionales en vez de universales, y la adoración debe celebrarse en el idioma del pueblo.1

Roma no había cedido a las exigencias de los reformadores, pero después de la división de la iglesia efectuó en la Contrarreforma muchos de los cambios que hacían falta. Y aunque había perdido territorio en Europa, se había descubierto un Nuevo Mundo que la invitaba a la conquista por la espada y la cruz.

El catolicismo romano en el Nuevo Mundo

En 1539 el español Ignacio de Loyola organizó la Sociedad de Jesús (los jesuitas). Su propósito en la Contrarreforma era combatir el movimiento protestante. La orden demostró desde el principio un gran celo misionero. Francisco Javier, uno de sus primeros miembros, estuvo al frente del esfuerzo misionero. Mostró de manera marcada el Espíritu de Cristo y realizó una labor prodigiosa, estableciendo la fe católica en la India, Ceilán, Japón y otros países del lejano Oriente.

Mientras tanto, otros jesuitas navegaron hacia el Nuevo Mundo en compañía de los conquistadores para cristianizar a los aborígenes. Fue admirable el sistema educativo que establecieron, e hicieron mucho bien. Sin embargo, durante la Inquisición eran tan intransigentes y crueles en sus esfuerzos por exterminar a los supuestos herejes que fueron expulsados de muchos países, y su orden fue suprimida por un tiempo.

La historia muestra que donde la Iglesia Católica Romana estaba en minoría, deseaba gozar de la tolerancia religiosa. Pero donde estaba en poder como religión oficial, no quería mostrar tolerancia para el ejercicio de otra fe.

 

La renovación carismática

A través de los siglos se han visto tiempos de avivamiento en la Iglesia Católica Romana. A mediados del siglo veinte hubo un derramamiento del Espíritu Santo en muchas iglesias evangélicas y católicas. Se produjo un mayor sentido de fraternidad cuando unos ministros evangélicos llenos del Espíritu oraban con los católicos en varias iglesias y seminarios. Dios llenó de su Espíritu, tal como sucedió en el día de Pentecostés (Hechos 2), a centenares que tenían deseos de saber más de Él. Fueron evidentes los frutos y los dones del Espíritu Santo. Dios manifestó su poder mediante la sanidad milagrosa de los enfermos en respuesta a la oración, y transformó vidas al llenar a las personas de su amor, gozo y paz.

Se extendió este avivamiento y llegó a conocérsele como la renovación carismática, de la palabra griega charismata, que significa “dones”, o “dádivas”. Muchos sacerdotes y otros líderes que fueron bautizados en el Espíritu Santo siguieron en la Iglesia Católica y fomentaron el avivamiento. Otros, que ya no estaban de acuerdo con algunas de las doctrinas católicas, se retiraron de esta iglesia y se unieron con los evangélicos o formaron iglesias carismáticas independientes.

Juan XXIII (papa desde 1958 hasta 1963) era muy sensible a la obra del Espíritu Santo y oraba por un avivamiento. Se cambió la actitud oficial de la iglesia hacia los protestantes. En vez de la persecución, ya se fomentaba el “diálogo”. Esto resultó en la cooperación entre las iglesias católicas y protestantes de muchas denominaciones en el movimiento ecuménico (ecuménico significa “mundial”).

 

El Concilio Vaticano II y el movimiento ecuménico

El papa Juan XXIII (1958–1963), así como sus sucesores Pablo VI y Juan Pablo II, han hecho mucho para fomentar la tolerancia y un acercamiento entre católicos y protestantes. Como resultado, el ambiente ha cambiado. Se fomenta la cooperación en proyectos de ayuda social entre católicos, protestantes y judíos, y hay “diálogos” entre sacerdotes, pastores y rabinos para lograr un mejor entendimiento. En vez de mirar a los protestantes como herejes, ya se les considera hermanos separados.

El papa Juan XXIII inició una campaña para modernizar la iglesia y ayudarla a hacer frente a los problemas del siglo veinte y cumplir su misión cristiana con mayor eficiencia. Dio un paso radical cuando recomendó la lectura bíblica por los laicos, cosa que se había prohibido o desaconsejado por muchos siglos.

Convocó para 1962 el Concilio Ecuménico Vaticano II. Un concilio ecuménico es una convocación de los obispos y teólogos de la iglesia de todo el mundo, para considerar la acción que la iglesia debe tomar en asuntos importantes y para aprobar las doctrinas oficiales. El primer concilio se había celebrado en Nicea, en 325 d.C., y el último había sido el Concilio Vaticano I, en 1870.

El Concilio Vaticano II fue diferente, porque el papa invitó a los dirigentes de otras iglesias a asistir como observadores. Aceptaron la invitación representantes de las iglesias orientales ortodoxas y de muchas denominaciones protestantes.

El concilio se reunió en tres sesiones anuales desde 1962 hasta 1964. Después del fallecimiento de Juan XXIII, el nuevo papa Pablo VI presidió las dos sesiones finales.

Los dos mil trescientos obispos y el papa estaban dispuestos a adaptar algunas de las costumbres y actitudes de la iglesia para aprovechar mejor las oportunidades de servicio en el siglo veinte. Entre las decisiones principales del concilio se hallan las siguientes:1

1. Los obispos deben participar con el papa en el gobierno universal de los fieles.

2. Hombres casados de edad madura, ordenados como diáconos, podrán desempeñar muchas funciones litúrgicas, tales como la predicación del evangelio y la distribución de la Santa Comunión.

3. Se debe buscar la unión cristiana, y se reconoce que el Espíritu Santo está obrando entre los cristianos no católicos tal como obra en la Iglesia Católica.

4. Deben gozar de amplia autonomía los grupos no latinos de católicos romanos, cuyos ritos orientales son similares a los de las iglesias ortodoxas. Se deben reconocer como válidos los matrimonios celebrados por los sacerdotes ortodoxos entre los católicos de los ritos orientales y los ortodoxos.

5. Se debe condenar el antisemitismo, reconociendo que ni los judíos de hoy ni todos los judíos de la época de Cristo han sido culpables de su muerte.

6. Se deben reconocer los amplios valores espirituales en muchas religiones no cristianas: judaísmo, budismo, islamismo y brahmanismo.

7. Se aplica a la virgen María el nuevo título oficial de madre de la Iglesia.

Surgieron cambios en las costumbres. Se dio permiso para celebrar los ritos de la iglesia en el idioma del pueblo en lugar del latín. Y se permitió modificar los hábitos usados por las monjas para hacerlos más apropiados a su trabajo. En 1967 se eximió a todos los católicos de la obligación de abstenerse de carne los viernes. Entre otros asuntos que seguían debatiéndose estaban el divorcio, el uso de los anticonceptivos en casos especiales y la posibilidad de matrimonio para el clero.

Se celebraron unas reuniones históricas entre el arzobispo de Canterbury, autoridad suprema de la Iglesia Anglicana (de Inglaterra), y el papa. Entre las iglesias protestantes, la anglicana es la que menos se separó de la romana en sus reformas, siendo más político que doctrinal el motivo de la división. El acercamiento en el movimiento ecuménico y en las conversaciones entre los dos dirigentes alentaba las esperanzas católicas de que la iglesia anglicana volviera al seno de la romana.

Mientras muchos dirigentes protestantes mostraban entusiasmo por el acercamiento a la unión cristiana, los evangélicos observaban que las concesiones hechas por la Iglesia Católica Romana no incluían ningún cambio con respecto al culto a las imágenes y otros puntos doctrinales que violan las enseñanzas bíblicas. Daban gracias a Dios por el aumento en la libertad religiosa, y por la lectura bíblica que causaba la salvación genuina de muchos católicos, pero a la vez consideraban que tenían que “contender ardientemente por la fe una vez dada a los santos” (Judas 3).

 

DOCTRINAS DEL CATOLICISMO ROMANO

La naturaleza de Dios

ð La Iglesia Católica cree en la Trinidad. Sin embargo, el concepto general del Padre es el de un ser remoto, severo, airado, a quien se tiene que aplacar por la intercesión de Jesús, la virgen y los santos, como también por penitencias y buenas obras.

Este concepto de Dios Padre es completamente contrario a la revelación de su naturaleza como la tenemos en la persona y las enseñanzas de Jesucristo. Dios es amor. Es misericordioso y lleno de compasión (Juan 3:1614:91 Juan 4:7–101619). En su amor, el Padre celestial ha hecho posible nuestra reconciliación a costa del sacrificio de su propio Hijo. Ahora nos invita con amor a acercarnos a Él y gozar de su presencia y comunión.

 

Oración a los santos

ð Se enseña que hay un solo Dios, pero es bueno invocar a la virgen María y a los santos para que intercedan a nuestro favor y nos consigan de Dios las bendiciones que necesitamos. Esta práctica se basa en la idea de que el pecador no se debe atrever a dirigirse a un Dios santo. En cambio los santos, habiendo pasado por las mismas luchas y tentaciones que nosotros, nos comprenden mejor y nos tienen compasión. Ellos interceden por nosotros, probablemente primero ante la virgen María. Ella presenta la petición a su Hijo, quien no puede negarle nada a su madre, y Él a su vez le presenta la petición a su Padre, Dios.

En esta práctica muchas personas adoran a la virgen María y a los santos. El santo patrón del pueblo toma el lugar de Dios para la gente en muchos lugares. Tal enseñanza deshonra a Dios, haciéndolo menos compasivo, misericordioso, amoroso y comprensivo que los santos. La Biblia enseña todo lo contrario. Nos amó tanto que dio a su Hijo amado para salvarnos. ¿Por qué no ha de interesarse en nuestras necesidades y darnos todas las cosas? (Romanos 8:32.) Él, más amoroso que cualquier padre o madre humanos, se compadece de sus hijos (Salmos 103:1334:8).

Esta doctrina distancia al hombre de Dios, quien quiere un acercamiento por el camino abierto por Cristo. El velo del templo se rasgó. Tenemos acceso directo al trono de la gracia. Cristo mismo fue tentado también y se compadece de nosotros. Él es el único abogado que nos hace falta; el único mediador (Hebreos 4:14–161 Timoteo 2:5). Nos invita a acercarnos confiadamente a Dios (1 Juan 2:12Hebreos 7:2510:19–22).

Orar a los santos, a los ángeles o a la virgen es quitarle a Dios el honor que le pertenece. Si la persona consigue así lo que desea, tiende a agradecérselo a los santos y no a Dios.

ð La Iglesia Católica Romana ha enseñado que deben venerarse las imágenes de Cristo, de la virgen y de los santos. Esta honra se extiende a los cuadros, las cruces y crucifijos, las medallas, los escapularios y las reliquias.

Dios prohíbe terminantemente hacer imágenes para honrarlas o venerarlas. Tan fuerte es esta prohibición escrita por el dedo de Dios en las tablas de la ley, que se ha omitido del catecismo. En la parte sobre los diez mandamientos, se ha dividido en dos el mandamiento noveno para que siempre fueran diez. En la Biblia católica, al igual que en la protestante, esta prohibición es el segundo de los diez mandamientos, en Éxodo 20:45.

“No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo …”, incluye las imágenes de Cristo, de María, y de todos los santos que están en el cielo con Cristo ahora. Los católicos responden que no adoran las imágenes o los cuadros, solamente los veneran. Pero Dios mismo escribió: “No te inclinarás a ellas ni las honrarás.” Las flores, las velas, las procesiones, los besos, las oraciones de rodillas ante las imágenes, las promesas que se les hacen, la oración por su protección, las fiestas en su honor, las joyas que se les consagran, ¿qué son todas esas cosas sino una idolatría en desobediencia abierta al segundo mandamiento?

ð Se acostumbraba a prometer ciertos méritos espirituales o indulgencias a los que visitaban el templo de cierto santo, encendían velas ante su cuadro o imagen, o celebraban una fiesta en su honor.

Desde mediados del siglo veinte un avivamiento y la lectura de la Biblia han traído muchos cambios al catolicismo. Muchas iglesias han quitado las imágenes de los templos, enseñando que se debe orar directamente a Dios.

 

El lugar de la virgen María

ð Se le ha asignado a la virgen María un lugar intermedio entre los santos y Dios, como la principal entre los santos y la madre de Dios (culto de hiperdulía). Se enseña que María es la madre de Dios, reina del cielo, abogada nuestra, nacida milagrosamente por la inmaculada concepción, siempre virgen sin mancha de pecado original, defensora nuestra ante su Hijo, esposa de Dios, mediadora de toda la gracia, corredentora de la humanidad y madre de la Iglesia. Después de su muerte, resucitó, y Dios la llevó corporalmente al cielo para hacerla reina de hombres y ángeles.

Ninguno de los apóstoles ni de los padres primitivos de la iglesia dicen nada de esto. Surgieron estas enseñanzas de la amalgama de religiones que empezó bajo Constantino. Se inventaron para que María llegara a ser reina del cielo. Algunos de los grandes hombres de la iglesia, tales como Nestorio y Anastasio, las combatieron vigorosamente, pero las creencias persistieron como tradición de la iglesia. Por fin, en el año 1854, se aprobó como dogma oficial la doctrina de la Inmaculada Concepción de María, y en 1950 se promulgó como dogma la doctrina de su Asunción. Aunque estas doctrinas se debatieron en la iglesia por milenio y medio antes de su aceptación oficial, desde el momento de hacerse dogmas, su aceptación ha sido obligatoria para todo católico romano.

¿Y cómo pudiera María ser la madre de Dios? Nuestro Señor Jesucristo es Dios hecho carne. La virgen María, bienaventurada entre todas las mujeres, fue escogida por Dios para ser la madre de la naturaleza humana de Cristo. Fue madre de su cuerpo físico, pero no pudo ser madre de su deidad. Cristo, la segunda persona de la Santísima Trinidad, es eterno. Como Dios, siempre ha existido. No es lógico hablar de María como la madre de Dios. Colosenses 1:16Juan 1:1–38:5758 hablan de la preexistencia de Cristo, y prueban que nadie puede ser madre de su deidad.

Muchos dirigentes protestaron enérgicamente el empleo de este título, diciendo que era incorrecto. Pero por fin se dio aprobación oficial a su uso.

ð La doctrina de la inmaculada concepción enseña que María fue concebida sin pecado y nació sin mancha de pecado original.

La Biblia no enseña esto. La propia María no lo creía, porque menciona su Salvador (Lucas 1:47). No se enseñó esta doctrina hasta más de doscientos años después de su muerte, y se demoró hasta el año 1054 para aceptarla como dogma.

ð Se enseña que María fue siempre virgen. José, su esposo, lo era sólo de nombre, para ser su protector. Los llamados hermanos de Jesús eran primos hermanos, pues María no tuvo otros hijos.

Para los evangélicos es de poca importancia si María tuvo o no otros hijos. Sin embargo, no deshonramos a María al creer lo que parece indicar la Biblia, que ella tuvo otros hijos. La Biblia enseña que el matrimonio es honroso (Hebreos 13:4).

Mateo 1:2425 parece enseñar claramente que después del nacimiento de Jesús, José y María llevaron la vida normal de cualquier matrimonio. Si no tuvieron hijos, la palabra “primogénito” es por demás en este texto. No se habla del hijo mayor de una familia si no hay más de uno.

Mateo 12:46 habla de los hermanos de Jesús. En Mateo 13:5556 el pueblo da los nombres de sus cuatro hermanos varones. Parece extraño que citara los nombres de unos primos, cuando se estaba tratando de identificar al Señor con sus familiares inmediatos (Marcos 6:3Juan 2:127:3510Hechos 1:141 Corintios 9:5Gálatas 1:19). La mención de los hermanos de Cristo en compañía de María nos fortalece en la creencia de que eran los hijos de ella y no sus sobrinos (Marcos 3:3132).

ð Se presenta a María como mediadora para la humanidad. En el Ave María se reza: “Santa María, madre de Dios, ruega por nosotros los pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.” En el rosario, se rezan diez avemarías por cada padrenuestro, poniendo así más importancia sobre la abogacía de María que sobre la forma de oración que Cristo enseñó.

 

Tenemos tres motivos principales para no dirigirnos a Cristo o a Dios el Padre por medio de María como mediadora.

1. Es antibíblico. Cristo es el único Mediador (1 Timoteo 2:5).

2. Es inútil. Cristo enseñó, cuando aún estaba en la tierra, que María no tenía más privilegios o derechos que cualquiera que creyese en Él (Mateo 12:46–50Lucas 11:2728Marcos 3:31–35).

3. Es innecesario. ¿Por qué andar con rodeos cuando tenemos la invitación de llegar directamente a Cristo? (Hebreos 4:1516). Y ya que hemos nacido de nuevo, tenemos derecho a ir directamente a nuestro Padre celestial en oración (Lucas 11:12).

 

La Biblia

ð La Iglesia Católica cree en la inspiración divina de la Santa Biblia. Pero dice: “Las verdades reveladas por Cristo están contenidas parte en la Biblia y parte en la tradición eclesiástica.” Pone a la Iglesia como la autoridad suprema para la fe y la conducta de sus miembros. Como la iglesia ha determinado qué libros aceptar en el canon de la Biblia y qué libros rechazar como no inspirados, le atribuye mayor autoridad que a la misma Biblia. Donde hay conflicto entre las tradiciones eclesiásticas y la Biblia, generalmente se acomoda la interpretación de la Biblia de tal manera que esté de acuerdo con las tradiciones, o por lo menos no dé la impresión de contradecirlas.

La iglesia evangélica pone a la Biblia, y no a la iglesia, como la autoridad suprema para la fe y la conducta de sus miembros. Debe vivir en obediencia a la Palabra de Dios. Donde hay conflicto entre ella y las tradiciones eclesiásticas, rechaza éstas y defiende aquella (Isaías 8:20Mateo 15:369). Cuando una persona o una iglesia pone la tradición eclesiástica al mismo nivel de las Escrituras, está quebrantando el mandato divino de Deuteronomio 4:2, y corre el peligro de que caiga sobre ella el juicio pronunciado en Apocalipsis 22:18.

En la página siguiente se presenta un cuadro del desarrollo doctrinal en la Iglesia Católica Romana. Muestra lo desastroso de poner el criterio de la iglesia por encima de la autoridad de la Biblia. Algunas de esas doctrinas se discutieron durante varios siglos antes de ser declaradas artículos de fe. Algunas fueron afirmadas en un concilio y reafirmadas en otros, pudiéndose escoger entre dos o más fechas.

ð Los católicos creen que su Biblia es la verdadera y la Biblia protestante está incompleta. Dicen: “La Iglesia Católica Romana es la depositaría de la Palabra divina, y de ella se recibieron las Sagradas Escrituras.”

La Biblia vino de la Iglesia apostólica primitiva antes que se formara la Iglesia Católica. Pertenece a todo el cristianismo, que tiene la misión de entregarla al mundo entero. El Vaticano tiene algunos manuscritos muy antiguos, pero hay otros.

 

Se han traducido las versiones protestantes directamente de los idiomas originales (hebreo y griego) al idioma del pueblo. Algunas versiones católicas son traducciones de la versión latina llamada Vulgata, que fue tomada de los idiomas originales. Es más fácil conservar el significado del mensaje traduciéndolo directamente de los manuscritos originales al idioma del pueblo. Algunas versiones católicas más nuevas son traducciones directas de los idiomas originales. Y en algunas han colaborado católicos y protestantes en la traducción.

Basta comparar las versiones católicas y protestantes para darse cuenta de que la Biblia es la misma. La única diferencia esencial está en: 1) los comentarios que se incluyen en algunas versiones, y 2) los libros apócrifos en algunas Biblias católicas.

ð Algunas versiones católicas incluyen en la Biblia los libros apócrifos, o “deuterocanónicos”, es decir, del segundo canon.

Estos libros no fueron reconocidos como inspirados cuando se hizo el canon de la Biblia. Los protestantes no los incluyen en su Biblia por varios motivos:

1. Algunos de sus escritores niegan ser inspirados.

2. No tenían lugar en el canon del Antiguo Testamento.

3. Ninguno de los libros es citado por Cristo ni por los apóstoles.

4. Contienen doctrinas que contradicen las Sagradas Escrituras.

5. La propia Iglesia Católica no los aceptaba como inspirados antes del Concilio de Trento (1545–1546).

6. Contienen trivialidades que no concuerdan ni en su espíritu ni en sus puntos de vista con las grandes verdades bíblicas.

ð Algunos papas han prohibido al pueblo la lectura bíblica. Otros la han recomendado. Ahora se recomienda, pero el lector no está en libertad de interpretarla en el sentido que le parezca más lógico. Se dice: “Las Sagradas Escrituras deben interpretarse por la Iglesia. Si se les dejara a los laicos, probablemente interpretarían erróneamente algún pasaje.”

Con respecto a la incapacidad del pueblo para entender la Biblia, ¿a quiénes fueron dirigidos los mensajes de los profetas y la mayoría de los discursos de Jesús que tenemos en la Biblia? Al pueblo común, y en un lenguaje sencillo. ¿Por qué no los ha de entender el pueblo común en la actualidad?

Dios les mandó a los israelitas enseñar las Escrituras a sus hijos en su casa (Deuteronomio 6:6–8). ¿Por qué no las han de comprender nuestros hijos en el siglo veinte?

En tiempos bíblicos se recomendaba la lectura de las Escrituras. La entrada de la Palabra iluminaba la mente. No era peligroso para la iglesia. ¿Por qué ha de serlo ahora si la iglesia se basa en las Escrituras? (Hechos 17:11Juan 5:39Josué 1:81 Pedro 2:2Juan 16:13Salmo 1:1–319:7–10119:105130Mateo 22:292 Timoteo 3:15–17). Nos hacemos eco de las palabras del apóstol Juan: “Bienaventurado el que lee” (Apocalipsis 1:3).

 

La Iglesia

ð “La iglesia Católica Romana es la única iglesia santa y apostólica; es la iglesia universal y fuera de ella no hay salvación”, decían los católicos en el pasado, pero ya reconocen a otros cristianos como “hermanos separados”.

La verdadera iglesia universal se compone de todos los que han nacido de nuevo, es decir, los que han creído en Cristo como su Salvador (Juan 3:31617:3241 Corintios 12:13).

ð Creen que Cristo fundó la iglesia sobre Pedro. Pedro recibió de Cristo las llaves del reino de Dios, con lo que se convirtió en el vicario de Cristo, su representante en la tierra y jefe supremo del cristianismo. Pedro fundó la iglesia de Roma y le entregó a su sucesor el poder de las llaves. Desde entonces una sucesión divinamente ordenada de papas ha recibido y transmitido la autoridad que Cristo le dio a Pedro.

La iglesia está fundamentada en la confesión de Pedro: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (Mateo 16:1618). Sobre esta verdad, esta fe en Jesucristo el Hijo de Dios, el Señor edifica su iglesia universal. En el versículo 18 hay un juego de palabras. El nombre de Pedro en griego es Petros, que quiere decir piedra pequeña. En cambio, petra es la palabra para peña, roca grande. Cristo dijo: “Tú eres Petros, y sobre esta petra (refiriéndose a la confesión de Pedro) edificaré mi iglesia.” “Tú eres una piedra pequeña y sobre esta peña grande (que acabas de Señalar en tu confesión de fe) edificaré mi iglesia.”

Pedro comprendió que él no era la peña sobre la cual se edificaría la iglesia. Explica en su primera epístola que Cristo es la peña, el fundamento de la iglesia. Todos los cristianos son piedras vivas que son edificadas sobre Él como casa espiritual (1 Pedro 2:4–8). De esta misma forma lo entendía también el apóstol Pablo (1 Corintios 3:11Efesios 2:20–22).

No hay pruebas de que Pedro haya estado en Roma. Algunos creen que su saludo desde “la iglesia en Babilonia” en 1 Pedro 5:13 pudiera referirse a Roma. Sin embargo, cuando Pablo les escribe a los creyentes de Roma, no menciona a Pedro entre todos los saludos que envía, algo raro si Pedro era pastor de aquella iglesia.

Durante los primeros siglos de la era cristiana, las iglesias de Jerusalén, Alejandría, Antioquía y Constantinopla eran tan importantes como la de Roma. La sede de la iglesia madre fue Jerusalén, y no Roma, y el pastor de la iglesia de Jerusalén era Jacobo, y no Pedro (Gálatas 2:912).

Ya hemos visto cómo se originó la doctrina de la sucesión papal. Al principio, la iglesia de Roma gozaba de cierto prestigio por estar en la capital del imperio. Contaba con el apoyo personal del emperador. Pero cuando la capital pasó a Constantinopla, había que buscar otra base para la autoridad del obispo romano sobre las demás iglesias. Así surgió la doctrina de la sucesión de autoridad por línea directa desde Pedro.

Pedro nunca reclamó para sí ningún título o puesto especial. No se consideraba el jefe supremo de la iglesia, ni permitió que la gente se postrara ante él (Hechos 10:2526). No profesó tener poder para perdonar los pecados (Hechos 8:22). Era enviado por otros a predicar (Hechos 8:14). Exhortaba en contra de una actitud autoritaria de parte de los pastores hacia su grey, recordándoles que Cristo es el Príncipe de los pastores, el sumo pastor (1 Pedro 5:1–4). El papa reclama para sí un título que Pedro nunca se atrevió a arrogarse.

Los otros dirigentes de la Iglesia primitiva no trataban a Pedro como si fuera la cabeza infalible del mundo cristiano. Pablo lo reprendió públicamente (Gálatas 2:11–16). Consideraban que Pedro era una columna de la iglesia, pero no su fundamento, ni su única columna (Gálatas 2:8–10). Pablo no se consideraba inferior a él (2 Corintios 11:5). El concilio de Jerusalén fue presidido por Jacobo, y no por Pedro (Hechos 15:13–19).

Hay mucha discusión sobre el significado de las llaves del reino de los cielos entregadas a Pedro según el texto de Mateo 16:19. Un comentario señala que las llaves eran la divisa de los rabinos, los maestros de la ley. Lucas 11:52 se refiere a esto. Estas llaves serían entonces las del conocimiento. Es cierto que a Pedro le correspondió usar las llaves de la enseñanza para abrirles las puertas de entrada al reino de los cielos a millares de judíos en el día de Pentecostés. Más tarde, en la casa de Cornelio, su enseñanza del evangelio abrió el reino de los cielos al mundo gentil (Hechos 2:14–3610:25–47).

Otra interpretación es que las llaves (la autoridad) se refieren a la administración de la iglesia. Pedro, junto con los demás apóstoles, tuvo parte importante en ella.

Muchos creen que el pasaje se refiere al ministerio en el poder del Espíritu Santo. Por la oración de fe, Pedro ligaría en la tierra las fuerzas demoniacas del príncipe de las potestades del aire, y desataría en la tierra a los cautivos de esas fuerzas satánicas. Dios obraría con él, confirmando la Palabra con las señales que seguirían. Cristo habló de ligar y desligar con respecto a su propio ministerio de sanar a los enfermos y de echar fuera a los demonios (Lucas 13:16Mateo 12:2829).

Cristo enseñó claramente que la autoridad de las llaves no era sólo para Pedro, ya que se les dio a todos los discípulos cuando le habló a todo el grupo (Mateo 18:18). Todos tenían la autoridad de atar y desatar. En los versículos 19 y 20 aparece el significado de este lenguaje simbólico y Cristo extiende este derecho a todos los creyentes. Donde dos o tres se unan en su nombre, Él estará presente para hacer maravillas.

 

La infalibilidad papal

ð Se enseña que el papa es infalible en lo que dice ex cátedra. Lo que dice oficialmente sobre cualquier doctrina o práctica es tan inspirado por Dios e infalible como las mismas Escrituras.

Durante siglos algunos enseñaban esta doctrina y otros la rechazaban. En 1870 fue declarada dogma, creencia obligatoria.

Como no hay base bíblica para el papado, tampoco la hay para su infalibilidad. Mirando la historia de la iglesia, vemos dos cosas que refutan esta doctrina:

1. Ciertos papas han contradicho lo enseñado por otros. Algunos han prohibido la lectura de la Biblia terminantemente diciendo que es peligrosa; otros la han recomendado para todos.

2. Algunas opiniones doctrinales pronunciadas por los papas contradicen las Escrituras. En tal caso, el papa es el que se equivoca, y no la Biblia.

El sacerdocio

ð La Iglesia Católica ha convertido a sus sacerdotes en mediadores entre Dios y el hombre. Hay que confesarles los pecados, y de ellos se recibe el perdón.

Todo ministro de Dios, y aun todo creyente en Cristo, tiene ciertas responsabilidades de interceder por otros en oración. En un sentido espiritual, ejercemos un sacerdocio de intercesión (Apocalipsis 1:56). La Biblia nos exhorta a confesar nuestras ofensas unos a otros y orar los unos por los otros (Santiago 5:16). Pero es Dios quien perdona los pecados, y Jesucristo es el único mediador entre Dios y los hombres, según 1 Timoteo 2:5. Nos invita a llegarnos directamente a Él (Mateo 11:2728), nuestro Sacerdote (1 Juan 2:1). Su sangre nos ha conseguido el acceso a la presencia misma de Dios (Hebreos 4:14–1610:18–22).

Los apóstoles nunca fueron nombrados como sacerdotes. Cristo nos advirtió del peligro de que los dirigentes espirituales se convirtieran en jefes deseosos de títulos y de poder. Llegó a prohibir que le dieran a un hombre el título de “padre” que reclamaban para sí los rabinos de su tiempo (Mateo 23:8–12).

ð Se dice: “El sacerdote debe proceder con la debida intención mientras realiza sus tareas, o de lo contrario su servicio no será eficiente. Si viviera en pecado, pero actuara con la debida intención, sus actos sacerdotales seguirían siendo eficaces.”

El libro de Hebreos nos enseña que el sacerdocio imperfecto de los hombres desapareció para dar lugar al sacerdocio perfecto de Cristo. Este sacerdocio no ha fracasado, y por tanto no tenemos que recurrir al sacerdocio de hombres débiles e imperfectos (Hebreos 7:111216–288:1–64:14–5:10). Ni la rectitud de intención ni la obra misma de nuestro Sacerdote pueden fallar.

ð En 1123 d.C. se estableció como norma oficial de la Iglesia Católica que sus sacerdotes no debían casarse.

Esa prohibición no está en la Biblia. Los sacerdotes del Antiguo Testamento eran casados y el puesto pasaba de padre a hijo. En la iglesia apostólica, los pastores (obispos o ancianos) también eran casados (1 Timoteo 3:245Tito 1:56). Dios mismo instituyó el matrimonio antes de la caída y afirmó que no era bueno que el hombre estuviera solo (Génesis 2:18–241:2728). Se debe honrar el matrimonio y no violarlo (Hebreos 13:4).

La prohibición de casarse se halla en la lista de “doctrinas de demonios” en 1 Timoteo 4:1–3. Tal prohibición ha contribuido a mucha inmoralidad de parte del clero. Pablo enseña que es mejor casarse que estar tentado continuamente, aunque es cierto que las responsabilidades familiares pueden limitar el tiempo disponible para la obra de Dios (1 Corintios 7:129).

 

ASPECTOS DE LA SALVACIÓN

El pecado y su remedio

ð Los pecados, según los católicos, se dividen en dos categorías: mortales y veniales. Los mortales, que son más graves, no pueden ser expiados por el sufrimiento o las obras buenas. El que haya cometido uno de ellos y no consiga su perdón mediante los sacramentos y disposiciones de la Iglesia Católica, sufrirá en el infierno por toda la eternidad.

La Biblia no hace esta distinción entre los pecados. Además, enseña que es la sangre de Cristo la que nos limpia de todo pecado, y no los sufrimientos o las obras del hombre, ni tampoco los sacramentos de la Iglesia (1 Juan 1:79).

ð Se enseña que los católicos que mueren sin haber dado satisfacción por sus pecados veniales irán al purgatorio, lugar de tormento. Mediante sus sufrimientos en ese lugar purgan sus pecados. Cuando se haya completado el castigo, irán al cielo.

No hay en la Biblia tal enseñanza. Es contraria a la doctrina bíblica de la salvación durante la vida de la persona por fe en el Señor Jesucristo y en su obra expiatoria. El dijo “Consumado es” al morir en sacrificio por nuestros pecados (Juan 19:30). “La sangre de Jesucristo, su Hijo, nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1:7). Él es el único que nos limpia de toda maldad (1 Juan 1:9). No hay necesidad de ir a otro lugar después de la muerte para purgar los pecados, o completar la obra redentora de Cristo.

Dios es misericordioso y amplio en perdonar todas nuestras iniquidades (Isaías 55:7Salmo 103:3). “Ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús” (Romanos 8:1). Estar ausente del cuerpo es estar presente con el Señor (2 Corintios 5:8).

Los católicos citan Mateo 5:26: “No saldrás de allí hasta que pagues el último cuadrante.” Pero aquí Jesús hablaba de la cárcel literal y no de la vida futura. Léase el contexto.

ð Mediante ciertas obras meritorias se puede conseguir una indulgencia. Ésta rebaja el número de días de castigo que uno debe sufrir en satisfacción por sus pecados, ya sea en este mundo o en el purgatorio. El sufragio es una indulgencia que se consigue a favor de una persona fallecida, para acortar el tiempo que tiene que pasar en el purgatorio.

Así como toda la doctrina del purgatorio es antibíblica en su concepto de Dios y de la salvación, también lo es la doctrina de las indulgencias, que se deriva de ella. Todo se basa en un concepto pagano de méritos que se pueden comprar, y de un Dios severo que libera a las almas de sus tormentos por el dinero pagado por misas e indulgencias, y no por misericordia.

La venta de indulgencias fue uno de los males que provocaron la protesta de Lutero y precipitaron la Reforma. Tetzel, el representante del papa, aseguraba que tan pronto el dinero sonara en su cofre, saldría del purgatorio el alma de la persona a cuyo favor se compraba la indulgencia.

ð Los parientes y amigos pueden pagar por misas para acortar el tiempo que las almas tienen que pasar en el purgatorio.

Hace algunos años se pidió a todos los católicos que rezaran por el alma de cierto papa que había fallecido hacía cincuenta años. Se celebraban misas para sacarlo del purgatorio. Uno se pregunta: “Si después de cincuenta años tantos millones de personas no han logrado sacar del purgatorio con sus rezos al propio representante de Cristo en la tierra, ¿qué esperanzas hay para un simple pecador?”

Hoy es el día de salvación. Si una persona muere sin salvación, no hay forma de mejorar su suerte. Ninguno puede dar rescate por su hermano (Salmo 49:72 Corintios 6:2Hebreos 2:3).1

El sacrificio de la misa: la transubstanciación

ð Se enseña que en la misa se ofrece a Jesucristo a diario en los altares como sacrificio propiciatorio a Dios por los vivos y los muertos. Cuando el sacerdote bendice el pan (la hostia) y el vino, se transforman verdaderamente en el cuerpo y la sangre del Señor. Esta es la doctrina de la transubstanciación: Cristo es sacrificado de nuevo, en un sacrificio no cruento, que se considera una continuación de su sacrificio en la cruz.

Hebreos 9:1224–2810:10–14 dice que el sacrificio de Cristo fue realizado de una vez por todas. Él ya no vuelve a morir (Romanos 6:9). Está en los cielos, y no puede ser sacrificado cada día en miles de altares (Filipenses 2:89Hechos 2:33–36).

En el año 1215 la iglesia adoptó la idea de que el vino y el pan se convertían en el cuerpo y la sangre de Cristo. Pero cuando Jesús dijo “Esto es mi cuerpo” (Lucas 22:19), su cuerpo físico estaba presente en medio de ellos. Es evidente que hablaba en lenguaje figurado, ya que no tenía dos cuerpos: uno en la mesa y el otro que todos veían. Su mensaje era: “Lo que el pan es para el cuerpo, lo soy yo para el alma.” Hablaba en el mismo sentido figurado cuando dijo: “Yo soy la puerta; yo soy la vid; yo soy la luz; yo soy el camino.” No quería decir que fuera una puerta de madera, o una cepa de uvas con raíces y hojas, en un sentido literal.1

Hay que recordar que Cristo instituyó la celebración de la Santa Cena como memorial de su muerte, que sustituiría la cena memorial de la Pascua. El pueblo de Dios comía el cordero pascual para recordar que había sido liberado de la esclavitud de Egipto. Ahora habría de comer el pan y tomar el vino en memoria de su liberación del pecado. Anteriormente recordaba el sacrificio del cordero para librar a los primogénitos del ángel destructor. Ahora debía recordar la muerte del Cordero de Dios, que libra de la muerte eterna. El pueblo comió la carne del cordero en la primera Pascua para tener fuerza para salir de viaje con destino a la tierra prometida, y los cristianos tienen que alimentarse de Cristo para obtener en Él la fuerza espiritual que necesitan en su viaje rumbo al cielo (1 Corintios 5:7).

El mismo hecho de que la doctrina de la transubstanciación haya sido adoptada en el siglo trece hace evidente que no formaba parte de las creencias de la Iglesia primitiva.

 

La confesión auricular

ð En la Iglesia Católica, para recibir el perdón de los pecados, se deben confesar todos los pecados de acción, palabra o pensamiento. Si la persona no recuerda o oculta parte de ellos, se invalida la absolución que le da el confesor. Para ayudarle a vencer la timidez y hacer una confesión completa, el confesor debe preguntarle si ha hecho, dicho o pensado tal o cuál cosa.

Lejos de limpiar la conciencia, estas preguntas sirven muchas veces para despertar la curiosidad de los inocentes y encaminarlos hacia la inmoralidad y la perdición.

Sus efectos en el mismo confesor son lamentables. Por su propio testimonio se sabe que muchos sacerdotes que habían dedicado su vida a Dios con el sincero deseo de servirle, han terminado por horrorizarse y desilusionarse al comprender su responsabilidad en la confesión auricular.

De la confesión auricular se derivan consecuencias tan serias que se oye decir: “Yo soy católico, apostólico y romano, pero jamás voy a permitir que mi esposa y mis hijos vayan a confesarse.” Por sus frutos negativos, sabemos que este sistema no ha sido dispuesto por Dios (Mateo 7:20).

La absolución divina no depende de que hagamos una relación completa de nuestras faltas. El publicano solamente oró: “Dios, sé propicio a mí, pecador”, y recibió el perdón (Lucas 18:1314). No tenemos que remover el fango en busca de pecados ya olvidados: Dios conoce todos sus tristes detalles. Basta que reconozcamos nuestra maldad con un arrepentimiento sincero. Si acudimos directamente a Dios, Él nos perdona y nos da una mente limpia.

Dios no quiere que se hable tan siquiera de las torpezas del pecado; mucho menos que se insinúen en mentes inocentes en nombre de la religión (Efesios 5:312).

La Biblia dice que debemos confesar nuestras ofensas los unos a los otros y orar los unos por los otros, pero esto no tiene nada que ver con el sistema que se sigue en la confesión auricular, ni el ambiente en medio del cual se desarrolla (Santiago 5:16).

Debemos confesar nuestra ofensa ante aquel a quien hayamos ofendido; hay que reconocer las faltas y reparar el mal que hayan causado. Quien le robe un pan al panadero, no podrá conseguir que lo perdone el carnicero, por mucho que se lo suplique. Si hemos ofendido a un ser humano, es a este ser humano al que debemos confesarle nuestra culpa y pedirle perdón (Mateo 5:2324). Igualmente, si hemos ofendido a Dios, es a Él a quien le hemos de confesar nuestro pecado, y sólo Él nos lo podrá perdonar (Proverbios 28:13Salmo 32:51 Juan 1:9).

 

La absolución

ð Se enseña que Dios les dio a los apóstoles y a sus sucesores, los obispos y sacerdotes, la autoridad de perdonar los pecados, según Juan 20:23.

En los grandes discursos y las epístolas que los apóstoles han escrito sobre la salvación, no nos dan ni la más mínima idea de que ésta se pueda conseguir por la confesión de los pecados a un sacerdote para que él nos dé la absolución, o sea, el perdón de los pecados.

Sólo Dios puede perdonar los pecados. ¿Cómo entendieron los discípulos las palabras de Cristo en Juan 20:23? La multitud, compungida de corazón en el día de Pentecostés, les preguntó a Pedro y a los apóstoles: “Hermanos, ¿qué haremos?” En aquel momento, ¿qué respondió Pedro? ¿Acaso dijo: “Confiésense con nosotros y los absolveremos?” Al contrario, les dijo: “Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados.” El método que empleó para ofrecerles la remisión de sus pecados fue señalarles el camino del arrepentimiento y la fe en Jesucristo (Hechos 2:3738).

El carcelero de Filipos clamó: “¿Qué debo hacer para ser salvo?” ¿Lo perdonó Pablo? De ninguna manera. Le dijo: “Cree en el Señor Jesucristo y serás salvo” (Hechos 16:3031).

La explicación de la salvación, la predicación, la invitación y la oración intercesora todos toman parte en llevar al pecador a Dios para obtener el perdón de los pecados, pero es Dios quien perdona (Santiago 5:14151 Juan 5:16Hechos 8:22Salmo 32:5).

Para poner en libertad a los cautivos de Satanás, y para el perdón de los que se han rebelado contra Dios, somos embajadores de Cristo con el ministerio de la reconciliación (2 Corintios 5:18–20). Cumplamos con la Gran Comisión de ir y predicar el evangelio a toda criatura: los que acepten el mensaje tendrán la remisión de sus pecados (Marcos 16:1516).

Los siete sacramentos

ð Los católicos creen que la salvación se obtiene con el uso de los sacramentos y las disposiciones de la iglesia. Un sacramento es una señal externa de una realidad interna que simboliza y produce al mismo tiempo; imparte la gracia de Dios al alma. Son siete en total: el bautismo, la confirmación, la eucaristía, la penitencia, la unción de los enfermos, el matrimonio y el orden sacerdotal. Los primeros cinco se consideran fundamentales en la vida, y el bautismo, esencial para la salvación.

Jesús no consideró necesario ninguno de estos medios de gracia para la salvación del ladrón penitente que estaba crucificado junto a Él (Lucas 23:4243). Pablo no se los citó al carcelero que quería saber cómo ser salvo (Hechos 16:31).

ð Se cree que mediante el bautismo, administrado generalmente a los infantes y a los niños por aspersión, la persona recibe la gracia de la regeneración, es lavada del pecado original y perdonada de cualquier pecado mortal o venial que haya cometido hasta aquel momento. Ya es miembro de la iglesia e hijo de Dios.

Los evangélicos creemos que el bautismo no regenera, sino que es un testimonio de la regeneración ya efectuada en el alma por el Espíritu Santo. El lavamiento del cuerpo simboliza el lavamiento del alma, que debe ser anterior al bautismo. La sepultura en agua (en el bautismo por inmersión), es testimonio de que la persona ya ha muerto con Cristo para la vida antigua. Su salida del agua significa que se levanta con el Cristo resucitado para andar en novedad de vida, según Pablo lo explica en Romanos 6:2–5.

Hay que creer el evangelio y arrepentirse del pecado primero, para después dar fe de la nueva vida mediante el bautismo en agua. Este es el orden que Cristo estableció sobre el bautismo, y es el que los discípulos observaban. Un infante no puede creer el evangelio, ni arrepentirse (Marcos 16:16Hechos 2:388:36–38). La persona debe dar prueba de su arrepentimiento mediante un cambio en su vida, antes de ser bautizada (Lucas 3:78).

ð Hay la creencia, no oficial en la actualidad, de que los niños que mueren sin ser bautizados van al limbo, un lugar de más bendición que la tierra y menos que el cielo.

En la Biblia no se menciona tal lugar. Según lo que dice Jesús, parece que los niños ocupan un lugar apropiado en el reino de los cielos “porque de los tales es el reino de Dios” (Lucas 18:16). Los niños inocentes sufren muchas veces en este mundo por los pecados de los padres. No serán excluidos de la presencia de Dios porque sus padres hayan descuidado el cumplimiento de sus deberes de tipo religioso (Ezequiel 18:20).

ð En la confirmación, el obispo hace la señal de la cruz en la frente de la persona, la unge con aceite, le da una palmadita en la mejilla y le impone las manos. La unción simboliza el bautismo del Espíritu Santo; la palmada (opcional) simboliza la madurez cristiana y las pruebas con las que se enfrentan todos los cristianos como soldados de Cristo.

Sólo hacemos constar que la unción con aceite no imparte el bautismo del Espíritu Santo. Esta experiencia llega al cristiano mediante un encuentro personal con Dios, y sus efectos se ven de inmediato en la vida espiritual. ¡Ojalá alcanzaran la realidad y no sólo el símbolo!

ð Después que el sacerdote ha realizado la consagración del pan y del vino en la misa, la persona recibe la hostia (el pan consagrado). Actualmente en algunas iglesias puede recibir también el vino. Al comer la hostia, recibe el cuerpo y la sangre de Cristo. En este acto le son perdonados los pecados veniales, pero esto no quiere decir necesariamente que no tenga que sufrir el castigo correspondiente a ellos.

La Biblia enseña que la Santa Cena nos quedó como memorial o recordatorio de la muerte del Señor, y no como un medio a través del cual podamos alcanzar el perdón de los pecados.

ð La persona que ha cometido algún pecado mortal después del bautismo debe hacer una confesión completa al sacerdote. Éste le indicará cierta penitencia, alguna acción meritoria que debe hacer para demostrar la sinceridad de su arrepentimiento. Puede ser rezar cierto número de padrenuestros (Mateo 6:9–13) o avemarías, o afligirse el cuerpo para purificar el alma.

La palabra griega traducida “haced penitencia” en algunas versiones católicas de la Biblia, se traduce “arrepentíos” en otras y en todas las versiones protestantes. Dios busca un sincero cambio de actitud hacia el pecado: el pesar de haberlo ofendido y la firme resolución de abandonar el pecado. Este es el arrepentimiento. Muchísimas veces, después de “hacer penitencia”, los penitentes vuelven a los mismos pecados sin dar indicación alguna de un verdadero arrepentimiento de corazón.

La idea de obtener el favor de Dios castigando el cuerpo se encuentra en muchas religiones paganas. No tiene lugar en el cristianismo, porque Cristo ya sufrió el castigo de nuestros pecados. Además, Dios nos ama. Lo que Él busca no es la aflicción del cuerpo en la penitencia, sino el arrepentimiento del corazón y la fe en el sacrificio que Cristo hizo en lugar nuestro.

Muchas personas piadosas pasan noches de rodillas, laceran el cuerpo con púas, se flagelan, hacen largas peregrinaciones, caminan de rodillas, ayunan y hacen muchas otras cosas para obtener el favor de Dios. No saben que las bendiciones de Dios no se obtienen ni con sufrimientos ni con buenas obras. Somos justificados por la fe, no por obras para que nadie se gloríe (Efesios 2:89Gálatas 3:11).

Mientras uno no crea que Dios lo ha perdonado y siga castigándose, no tendrá paz. De esta manera deshonra a Dios, porque muestra que no cree en su promesa, ni cree que el sacrificio de Cristo sea suficiente, sin que el culpable también tenga que sufrir. Pero una vez que acepte el perdón, creyendo en la promesa, alcanzará la paz con Dios y consigo mismo, y se establecerá una gozosa comunión con Él (Romanos 5:1).

ð Los católicos citan 1 Corintios 5:5 al hablar sobre la destrucción de la carne para que el alma sea salva.

Un estudio del contexto muestra claramente que no se trata de la penitencia en este caso. Es incorrecto el concepto de que el cuerpo es malo y tiene que ser castigado. El cuerpo del cristiano renacido es templo del Espíritu Santo y se somete al espíritu. El sacrificio vivo del cuerpo consiste en servir al Señor, y no en imponerse aflicciones (Romanos 12:121 Corintios 6:1920).

ð En el sacramento de la extremaunción, el sacerdote unge con aceite al moribundo en los párpados, las orejas, la nariz, ios labios, la ingle, las manos y los pies. Esto es para que el Señor le perdone los pecados o faltas que haya cometido por la vista, el oído, el olfato, el gusto, el tacto o los pies.

El ungir con aceite (símbolo del Espíritu Santo) y orar por los enfermos para que Dios los sane es práctica bíblica (Santiago 5:1415). El rito de la extremaunción en sí no puede quitar el pecado. Sólo pudiera ayudar al moribundo a encomendar su alma a Dios, pero en la Biblia vemos que para esto no es necesaria la extremaunción (Hechos 7:59). En los tiempos bíblicos, el mismo cristiano encomendaba su propia alma a Dios (1 Pedro 4:19).

 

La seguridad de la salvación

ð Los católicos dicen que nadie puede saber hasta el momento de su muerte si es salvo o no. Si uno está “en pecado mortal”, debe confesarlo antes que le sorprenda la muerte. Muchos creen que las buenas obras contrapesan con las malas y así es imposible saber hasta el día del juicio cuál es el saldo.

La Biblia enseña que la salvación es por gracia y no por obras (Romanos 11:6Tito 3:5). Las obras se toman en cuenta para la recompensa recibida en la vida futura, y no para la salvación (Mateo 16:27Apocalipsis 22:12).

Obtenemos la salvación cuando aceptamos lo que Cristo ha hecho a nuestro favor y confiamos en Él como nuestro Salvador y Señor. No hay por qué estar en dudas sobre ella. “El que cree en el Hijo tiene vida eterna” (Juan 3:36). Juan escribió una epístola a fin de librar a los cristianos de cualquier duda sobre su salvación, “para que sepáis que tenéis vida eterna” (1 Juan 5:13).

Tenemos el testimonio externo y fidedigno de la Palabra de Dios, además del testimonio interno del Espíritu Santo. Él nos da a conocer que somos hijos de Dios, y nos guía al goce de los privilegios de esa condición de hijos (Romanos 8:14–16).

 

EL TRATO CON LOS CATÓLICOS

Recordemos que muchos católicos aman sinceramente a Dios y han dedicado su vida a servirle. Millares de religiosos y religiosas abnegados se hallan en hospitales y escuelas alrededor del mundo sirviendo a la humanidad por amor a Cristo. Merecen nuestro respeto por su sinceridad y consagración. Aunque la iglesia se ha deteriorado doctrinalmente a través de los siglos, ha habido en ella grandes hombres de Dios que han luchado por la verdad.

En vez de atacar las doctrinas falsas, empecemos donde haya puntos similares de partida. Creen en: 1) la Santísima Trinidad, 2) la inspiración divina de la Biblia, 3) la encarnación de Jesucristo, su muerte expiatoria, su resurrección, ascensión y regreso en gloria, 4) la realidad del pecado, la expiación y la salvación, 5) el juicio futuro, el cielo y el infierno, 6) el bautismo en agua y la Santa Cena, 7) la obediencia a la Palabra de Dios, 8) la reverencia por las cosas divinas, 9) la oración, 10) el poder de Dios manifiesto en milagros hoy.

Tenemos prácticamente la misma Biblia. Si es posible, usemos una Biblia católica con ellos. La versión Nácar-Colunga es muy buena. Es bueno que lean la verdad en su propia Biblia.

Hagamos resaltar el amor de Dios hacia ellos. Él no es indiferente a sus problemas y necesidades. En vez de discutir sobre si los santos nos pueden oír o no, hagamos ver el gran privilegio que tenemos de ir directamente a Dios en oración. Nuestro testimonio personal y nuestra propia vida de oración los convencerán mejor que todas las discusiones.

Ellos pueden citar como ejemplo la necesidad de presentarse ante un secretario antes de poder dirigirse a un personaje como el presidente de la república. Es bueno hacerles ver que el hijo del presidente puede ir directamente a su padre, así como nosotros vamos directamente a nuestro Padre celestial. ¡Qué dolor sentiría un padre amante si sus hijos tuvieran tan poca confianza en él que nunca se atrevieran a hablarle! ¿Será menos el dolor de nuestro Padre celestial al ver que sus hijos siempre buscan a otros que le presenten sus necesidades y le hablen a su favor?

Procuremos conseguir que oren con nosotros. Cuanto más sensibles sean a Cristo en la oración, tanto más el Espíritu Santo los iluminará para que vean y acepten la verdad. Una vez que estén en comunión con el Dios vivo y verdadero, les será fácil dejar a un lado las imágenes.

Insistamos también en el privilegio que tenemos los nacidos de nuevo de saber que somos salvos por la fe en Cristo, y no por nuestras obras. No tenemos necesidad ninguna de vivir en un constante temor al infierno o al purgatorio.

A muchos católicos se les ha dicho que los protestantes desprecian a María. Podemos explicarles que creemos que María fue honrada por Dios sobre todas las mujeres al ser escogida para ser la madre del Señor. Todos le debemos nuestra gratitud por el cuidado que le dio a nuestro Salvador durante los años de su infancia. No discutamos el punto de si tuvo otros hijos o no.

Si no tienen Biblia, sería bueno prestarles un Evangelio según San Lucas o un Nuevo Testamento para que lean por su propia cuenta la historia de María y del Señor Jesús. ¿Quieren honrarla? No hay mejor manera que guardar el único mandato que ella nos dejó: “Haced todo lo que él os dijere” (Juan 2:5). Y Él dijo: “Arrepentíos y creed en el evangelio” (Marcos 1:15).

Con frecuencia los católicos dicen que el uso de los cuadros y las imágenes es sencillamente como el tener un retrato. Una esposa o una novia tiene el retrato del amado ausente y a veces lo besa. Podemos mencionar que Cristo está con nosotros siempre. ¿Qué haría el esposo, estando presente, si la esposa hiciera caso omiso de él y se pasara todo el tiempo mirando y besando su retrato? Seguramente se lo quitaría. Del mismo modo, Cristo desea que le hablemos a Él y lo adoremos en espíritu y en verdad, en vez de poner flores o velas a un “retrato”.

Algunos evangélicos ponen mucho énfasis en “romper los santos”. Procuran que desde un principio la gente que se interesa en el evangelio les entregue sus cuadros e imágenes para destruirlos. Recordemos que nada se consigue con persuadir a la gente para que abandone a los dioses falsos, a menos que acepte al Dios verdadero. Nada se logra con que quiten los cuadros de las paredes, si todavía los tienen entronizados en el corazón. Por lo general, apenas empiezan a buscar a Dios con sinceridad, se dan cuenta de que las imágenes son impotentes e inútiles.

A veces los nuevos convertidos tienen miedo de quitar las imágenes. Hay que orar por ellos para que Dios los libre de este temor e ilumine al obrero o al pastor que los atiende, para que los ayude a ver la verdad y a deshacerse de toda idolatría. Es práctico tener bonitos textos de pared, que sirvan de adorno y testimonio, además de reemplazar los cuadros destruidos.

La señorita Alicia Luce, en su libro Probad los espíritus, recomienda ciertos pasos y textos para el trato con católicos:

1. Guiarlos a tener confianza en Dios, y a creer en lo que Él dice (Juan 5:24Judas 241 Juan 5:13Hechos 10:43).

2. Enseñarles que hay que nacer de nuevo y que el bautismo en agua no es la regeneración, sino un símbolo de ella (Juan 3:32 Corintios 5:17Hechos 8:1318–24Gálatas 6:15).

3. Mostrarles en qué consiste realmente el arrepentimiento: en reconocer el pecado, sentir pena por él y abandonarlo por completo (Isaías 55:7Proverbios 28:13).

4. Enseñarles que pueden ser perdonados ahora, y que Cristo quiere salvarlos (Hechos 13:3839Efesios 1:7Isaías 1:18).

5. Demostrarles que pueden saber que son salvos, desde el momento en que acepten a Jesús (Juan 5:241 Juan 5:13).

 

AVISOS EN EL CAMINO

La historia de la Iglesia Católica sirve para amonestarnos con respecto a ciertas tendencias peligrosas para cualquier iglesia. La primera es el decaimiento espiritual en la pendiente peligrosa de la popularidad. La recepción de personas no convertidas como miembros de la iglesia fue la que lanzó a la Iglesia Católica Romana hacia el paganismo. Cuidado con acomodar el mensaje a los miembros, en vez de transformar a los miembros con el mensaje.

El sistema de aceptar la tradición de la iglesia como doctrina oficial no se limita al catolicismo. Muchos predicadores han puesto más énfasis en los pormenores de las costumbres que en las enseñanzas fundamentales de la Palabra de Dios. Cristo culpó a los fariseos por tal cosa diciendo: “Habéis invalidado el mandamiento de Dios por vuestra tradición … enseñando como doctrinas, mandamientos de hombres” (Mateo 15:69).

Cristo es el único camino. No puede ser “Cristo y las buenas obras” o “Cristo y las normas de la iglesia”. Tengámoslo presente siempre. Somos justificados únicamente por la fe en Cristo. Por medio de Él “acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro” (Hebreos 4:16).